
(publicado originalmente el 29/6/2015)
Hace días que me siento mareado durante el día. No parece haber una causa clara: no es la presión baja (de hecho, mi presión está al borde de ser alta), no parece ser el calor, porque estoy encerrado con aire acondicionado, ni la dieta, porque, aunque estoy limitando las grasas, zampo hidratos de carbono -energía- como el que más…
Ayer hice la prueba definitiva, y me desayuné un bol de cereales y una lata de Burn Zero. Nada, estaba perfectamente despierto gracias a la bebida energética, pero embriagado por ese extraño y persistente mareo parecido a lo que se siente cuando llevas mucho sin dormir, pero sin el cansancio, o a lo que se nota cuando has bebido de más y te quieres tumbar a dormir la mona, pero sin mona.
Como mi madre es médico, después de comprobar que el Burn no me solucionaba nada y que, por lo tanto, los tiros no iban por allí, le pedí que me hiciese una petición de análisis para el cortisol y no sé qué más, cosas ligadas con el ciclo circadiano. Debido a eso, es un análisis que se debe hacer temprano, entre seis y ocho de la mañana.
Por eso, hoy el despertador me ha sonado a las seis y media. Como en un anuncio de café, me he despertado al instante, sin sufrir, sin enfado con el despertador.
“Ah, mira tú, ya es hora de levantarse. Bueno, pip pip, cheerio, jolly good, buenos días, pajaritos.” (¿Qué mejor que un alegre gentleman británico para expresar mi despertar flemático y sin incidentes?)
Los días anteriores, los de los mareos, cuando el despertador sonaba a esta hora, o incluso más tarde, era incapaz de levantarme. Me pesaban los ojos como si fueran piedras, durante la noche me habían rellenado el cráneo de hierro fundido, entraba en un estado siniestro de semiconscencia en el que se mezclaban sueños en los que intentaba levantarme, preso de una completa desorientación espacial y visual, y mis pataleos impotentes de cucaracha panza arriba.
Pero hoy, el día en el que debía analizar si mi ciclo circadiano está estropeado, parecía perfecto, como nuevo, recién estrenado.
No debería sorprenderme. Desde pequeño que me pongo enfermo con frecuencia, de toda clase de dolencias, pero, eso sí, nunca el día que voy al médico o hago pruebas o análisis. Ese día, del interior de mis entrañas surge una energía inusitada, un bienestar espontáneo que dura lo justo para poder describirle síntomas al médico como un recuerdo, no como un problema al que se busca solución.
Esto es un proceso sabido, pero nunca había pensado en jugar con el sistema.
Lo voy a usar de forma estratégica. Por ese motivo, he pasado la mañana llamado a médicos: al dietista, para que me prepare un régimen de pérdida de peso. Al psiquiatra, porque quiero hacer psicoanálisis y atacar de raíz mis problemas psicológicos. Y al cirujano plástico, que me mire qué opciones interesantes hay para disimular la calvicie y, ya puestos, los diversos tratamientos disponibles de agrandamiento de pene. Amigos, se avecinan días gloriosos.